Catolicismo no conservador - tomado de "Desde el Tercer Piso"

Autor: 

José Alejandro Godoy

Como señala bien Eduardo Dargent en su columna de hoy, el año termina con una arremetida conservadora que tiene como centro, para variar, el género y la sexualidad dentro de sus preocupaciones.

Frente a la misma, el polítólogo propone dos salidas: seguir insistiendo con una agenda que reside en temas que, por ahora, resultan compartidos por una minoría de personas - por ejemplo, la Unión Civil y el matrimonio igualitario -, como señalar claramente que no solo estamos ante un grupo de personas que buscan mantener el status quo. Por el contrario, la agenda compartida por un sector de católicos y evangélicos implica una peligrosa regresión en los avances que las mujeres han tenido en sus derechos. Para ser directos, buscan confinar a la cocina, a labores estrictamente domésticas y, sobre todo, a la sumisión a la mitad de la población del país.

Como ciudadano peruano, comparto plenamente las reflexiones de Dargent. Sin duda, estamos ante una amenaza clara a la promoción de derechos fundamentales. Y no solo lo digo por la agenda claramente retardataria que presentan. Muchas de las personas que la impulsan también comparten otros signos regresivos en materia de respeto hacia los demás, como el cierre de procesos judiciales contra quienes, siendo agentes del orden en el país, vulneraron los derechos humanos de cientos de peruanos. O consideran que los conflictos sociales no son más que la muestra de una avanzada del “marxismo”. Cualquier parecido con el discurso fujimorista no es mera coincidencia.

Pero creo, como creyente, que los católicos que no creemos en esta visión del mundo sepamos plantar cara a quienes consideran que es la Biblia y no la Constitución Política del Perú la que debe regir la vida social del país.

En primer lugar, señalando que el mensaje que estos grupos conservadores propugnan dista mucho de las enseñanzas de quienes creemos que Jesús de Nazaret es Dios encarnado. Al revisar con atención el Evangelio, encontramos más bien a una divinidad acogedora con los humillados y excluidos de su tiempo y, más bien, la afinidad de estos sectores que se hacen llamar católicos tradicionales se encuentra más bien con el fariseismo que tanto denunciaba Jesús en varios pasajes de las escrituras.

En segundo lugar, siendo claros en enfatizar que las reglas de convivencia social se encuentran en el cuerpo legal vigente y no en los textos bíblicos. Sin duda, como creyentes tenemos una perspectiva, pero vivimos en una sociedad donde convivimos con personas de otras confesiones y por supuesto, con quienes no la tienen y no desean tenerlas. Por tanto, resulta indispensable defender el derecho de todos a la libertad religiosa, que también implica no adscribirse a una institución de este tipo. Y, por supuesto, no considerar que un libro de orientación religiosa debe regir la vida social de un país que se reconoce, en sí mismo, como diverso.

Una tercera cuestión a contemplar con claridad es enfrentar estos argumentos directamente. Y no solo en el terreno del debate estrictamente público. Dentro de nuestras comunidades y parroquias, resulta clave poder relativizar los miedos y, sobre todo, recordar que precisamente Cristo criticaba con dureza - y con razón - a quienes les importa más la legislación de inspiración religiosa antes que el centro de nuestra fe: el amor. Y también no olvidar quienes eran los seguidores de Jesús: pescadores, prostitutas, cobradores de impuestos, rebeldes, samaritanos, pobres. Es decir, todos aquellos rechazados por las élites de su época. Cualquier similitud entre nuestros conservadores contemporáneos y los fariseos del siglo I de nuestra era no es una mera metáfora.

Finalmente, resulta clave predicar con el ejemplo. Somos quienes, como ciudadanos, deberíamos ser los primeros interesados en que las mujeres tengan todos sus derechos, al igual que nuestros hermanos LGTBI. Y esa pelea se debe dar, sin duda, en el fuero civil. Pero también al interior de nuestras comunidades. Cualquier signo de discriminación debe ser denunciado y, sobre todo, corregido. Resulta clave distinguirnos de quienes pretenden pensar en la Inquisición como sinónimo de fe. Y por supuesto, hay que seguir denunciando aquellos abusos que se cometen en nombre de la misma. En nuestro país, el caso Sodalicio representa el ejemplo más claro de lo que debemos rechazar.

Es hora de iniciar esta cruzada.

Feliz Navidad.