MIRANDO AL FUTURO DE LOS SS.CC.

Autor: 

Alberto Toutin ss.cc.

Entre los días 3 y 13 de septiembre de 2023 se realizaron en la casa diocesana de Bandung (Indonesia) el Consejo de Congregación (Hermanas) y el Consejo Ampliado de Congregación (Hermanos). Ambas reuniones tuvieron lugar entre el 3 y el 13 de septiembre de 2023; y participaron 19 hermanas y 23 hermanos. Entre los participantes estuvo, por supuesto, Alberto Toutin, actual Superior General de los Hermanos, autor del presente artículo.

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Esta reunión tenía como especial propósito el preparar la agenda de los próximos Capítulos Generales de hermanas y hermanos que se celebrarán en septiembre del 2024. Los Capítulos Generales son la instancia de máxima autoridad de la Congregación y se reúnen cada seis años. Su tarea es elegir respectivamente a los nuevos gobiernos generales y dar las orientaciones para la vida y misión de la Congregación en los próximos 6 años a venir.

En los años anteriores a este encuentro en Bandung hemos ido tomando conciencia de la reducción de nuestras comunidades. Hoy las hermanas son 375 hermanas y los hermanos 577. Como Congregación estamos en más de 31 países -y en unos 18 estamos hermanos y hermanas juntos. Hoy la mayor parte de las vocaciones provienen de Indonesia -con más de 46 hermanos en formación- y de Congo y Mozambique con 23 hermanos. En toda América Latina hay solo 14 hermanos en formación.

La realidad nos lleva, por un lado, a mirar la reducción del número de hermanos en general, su envejecimiento y el consiguiente cuidado de ellos, la presencia de vocaciones en Asia y en África y la disminución severa en otras áreas -Europa y América Latina-. Por otro lado, y también como parte de la realidad, vemos la fidelidad de muchos hermanos y hermanas mayores que hacen de sus últimos años y de su forma de morir una rica fecundidad. Vemos también hermanos y hermanas trabajadores y entregados en los distintos servicios tanto parroquiales, de educación, de cercanía con los pobres, de acompañamiento. Y en muchos lugares seguimos funcionando como cuando éramos más numerosos y más jóvenes. Todo ello nos ha llevado a esa conciencia urgente de que algo tenemos que cambiar.

Repensar primero nuestra vocación y misión Sagrados Corazones: ¿Qué estamos haciendo? ¿Con quiénes lo estamos haciendo? ¿Dónde el Señor nos llama a colaborar en su obra en los próximos años? ¿Qué prioridades apostólicas pueden orientar nuestro servicio en los próximos años?

Luego rever nuestra formación: ¿A qué vida religiosa SS.CC. estamos invitando? ¿Cómo ven los jóvenes la vida religiosa SS.CC. que no despierta un deseo o un interés por ella? Y para los que ya estamos en la Congregación: ¿qué imagen proyectamos de ella? Nuestras comunidades y nuestro servicio ¿qué dice de nuestra vida religiosa?

También necesitamos pensar nuestras estructuras, hacerlas más ligeras y corresponsables, para que estén efectivamente más al servicio de la animación de la vida y misión SS.CC.

Y para hacer posible lo anterior necesitamos utilizar de otro modo y compartir mejor los recursos económicos para ponerlos al servicio de la misión. Nos parecía importante que estos temas y su conciencia en la Congregación no quedaran en el plano de administración de recursos cada vez más escasos o en la “cocina interna” de la Congregación.

Nos parecía que el foco debía ser la misión. En efecto, nos asiste desde el inicio de la Congregación, que ésta es ante todo la acción de Dios como la llamaban los fundadores. Es Dios que cuenta con este grupo de hermanos y hermanas para llevar adelante su obra. Los mismos fundadores se veían como dos tablas mal pulidas de las que Dios se servía para la construcción de su casa. En otra imagen querida de nuestros fundadores es que esta familia pende de un hilo, pero ese hilo está agarrado a un cable fuerte que la sostiene. Una Congregación que ha estado marcada por la precariedad de medios y que eso no le ha impedido lanzarse en aventuras misioneras grandes.

Y para poder renovarnos en esa misión a la que los Sagrados Corazones nos llaman, nos ayudó el reunirnos en Indonesia. Allí están presentes los hermanos hace 100 años y las hermanas desde hace poco más de 25 años. Es un país con 17 mil islas y con más de 273 millones de habitantes. Es la quinta economía de Asia, y país fundador del bloque económico ASEAN (Asociación de las Naciones del Sudeste Asiático) que reúne a 10 países de esta área y del G-20.

Junto con este desarrollo económico, es también un país donde las religiones están en el espacio público. Indonesia es un país de mayoría musulmana (87%) que coexiste con otras confesiones protestantes (7,6%) católicos (2,91%) hindúes (1,69%), budistas (0,72%), confucionistas (0,05%). La presencia musulmana es masiva y notoria pues en todas las ciudades desde las cuatro de la mañana se escucha desde las mezquitas el primer llamado a la oración. La Iglesia Católica, siendo una minoría que no alcanza al 3%, es activa.

Es lo que hemos visto en las comunidades que acompañan los hermanos y hermanas: comunidades vivas, con amplia participación de laicos y laicas, con una liturgia rica y adaptada a la sensibilidad local. En este contexto la Iglesia Católica y la Congregación han aprendido un estilo pastoral dialogante con el Islam y con otras confesiones religiosas. Este modo de ser iglesia ha sido recogido en la síntesis de la primera fase del Sínodo sobre la Sinodalidad en Roma y es presentado como una de sus figuras de futuro: en contextos cada vez más interreligiosos e interculturales: “Un estilo de presencia, servicio y anuncio que busca construir puentes, cultivar la comprensión recíproca y comprometerse en una evangelización que acompaña, escucha y aprende” (Una Iglesia Sinodal. 5 una Iglesia de “cada tribu, pueblo y nación” C).

Creo que el haber hecho este largo viaje nos ha hecho bien y hemos sido bendecidos por ello. Ello nos ha obligado a revisar categorías como secularización o indiferencia religiosa, válidas en otras latitudes. Y, sobre todo, el haber tomado contacto con los hermanos, hermanas y laicos SS.CC que colaboran con la obra de Dios en esas tierras, nos ha ayudado a ver la vitalidad del don que hemos recibido en la Congregación y que crece en la medida en que lo compartimos y lo ponemos al servicio de las iglesias y de las culturas locales. La Iglesia que se hace diálogo y conversación, que con humildad comparte el don que ha recibido y recibe el misterio de Cristo que la precede en cada persona y cada cultura, tiene todavía mucho camino por recorrer.

En este horizonte, la reflexión que estamos haciendo sobre la vocación y misión SS.CC hoy, no es la mera administración de la precariedad de recursos ni es un asunto de “cocina interna” de la Congregación. En este camino nos reconocemos hermanos junto a hermanas, laicos y laicas.

Invito, entonces, a que continuemos este camino juntos. Que ello nos renueve, nos llene de gratitud por el don que hemos recibido, por el testimonio de tantos que nos lo han transmitido y que sepamos traducir en iniciativas, en ministerios y en estilos acogedores y cercanos de ser Iglesia.

En este camino de renovación, podemos hacer nuestra la confesión amante de la Iglesia de Esteban Gumucio: “No quiero una Iglesia de aburrimiento, quiero una Iglesia de ciudadanía, de pobres en casa, de pueblos en fiesta, de espacios y de libertades”. Y que sepamos concretar en “la bella Iglesia de la vida, la santa Iglesia de todos los días”.

 

**Extraido de Revista SS.CC. de la Provincia de Chile-Argentina