Respuestas comunitarias al arzobispo de Lima

Autor: 

Comunidad ss.cc. Héctor de Cárdenas

El día de su ordenación episcopal y toma de posesión de la sede de Lima, Mons. Carlos Castillo hizo tres preguntas para ayudarse a trazar el rumbo de la Iglesia limeña, y le pidió a todas las parroquias, movimientos y comunidades reflexionarlas y hacerle llegar sus respuestas. Como comunidad, también quisimos hacer nuestro aporte. Lo que sigue es la síntesis, en forma de carta, de lo trabajado al respecto en nuestros grupos de reflexión, que ha sido ya entregado al arzobispado de Lima.

------------------------

Querido Monseñor Carlos,

Las siguientes son las respuestas de la Comunidad ss.cc. Héctor de Cárdenas a las preguntas que hiciste el día de tu ordenación episcopal y toma de posesión de la sede. La nuestra es una comunidad laical fuertemente identificada con el carisma de la Congregación de los Sagrados Corazones y que, como tal, está en comunión con la Rama Secular de los ss.cc. en el Perú. Siendo una comunidad de comunidades (tenemos nueve pequeñas comunidades en nuestro seno), ha sido necesario recoger las respuestas de cada pequeña comunidad para sistematizarlas en los párrafos siguientes, que te hacemos llegar, tal como solicitaste.

¿Qué sientes en lo más profundo de tu ser que debe cambiar en nuestra Iglesia de Lima?

Lo que más ha predominado entre nosotros es el deseo de que la Iglesia de Lima se centre más en el fondo que en la forma, más en el Evangelio y menos el código de derecho canónico y el ritual romano. Que seamos una Iglesia abierta a la unidad en la diversidad. Una Iglesia con rostro humano –que es el rostro de Dios. Una Iglesia que transmita la experiencia de Dios y no tanto las normas y preceptos institucionales. Una Iglesia que testimonie Su amor.

Ello supone, para empezar, que sea una Iglesia al servicio de su comunidad (y no al revés). Esto implicaría analizar con atención las necesidades de las personas reales antes de hacer un plan pastoral. Implicaría también combatir la tendencia a la burocratización administrativa y el trato frío en la atención parroquial, y la tentación al lucro con la fe (cobro de sacramentos, alquiler del templo, amarres de la parroquia con coros o florerías, etc.). Una Iglesia con rostro humano tendría que evitar la escisión entre lo “sagrado” y lo “profano”, pues vivimos una única vida, que viene de Dios. Ayudaría también contar siempre con templos abiertos para la oración o, cuando menos, oratorios siempre disponibles.

Otra cosa que sentimos que urge cambiar es el clericalismo. Es urgente apostar firmemente por la promoción de un laicado autónomo, maduro, crítico, que no sea masa (no importa si no llenamos la parroquia). Esto supone priorizar a diversos niveles su formación teológica y espiritual. Y, de la mano con ello, combatir la imagen del sacerdote como alguien “con una vocación superior” o “más santo”; ello lo deshumaniza y, de paso, nos tienta a esconder sus faltas humanas “para no afectar el rostro de la Iglesia”. Por otro lado, el sacerdote no tiene por qué ser “líder” siempre ni en todo. Sentimos la urgencia de un fortalecimiento, dentro de las parroquias, de todas las instancias de diálogo posibles con las comunidades y movimientos laicales, favoreciendo así la comunión y la corresponsabilidad en la tarea de la evangelización.

Una urgencia para poder ser una Iglesia que testimonie el amor de Dios que nos mostró Jesús es mejorar la actitud hacia las minorías, en especial los grupos LGTB. Es fundamental priorizar la acogida, la tolerancia y el amor que no juzga. La Iglesia, pensamos, está llamada a LIDERAR a la sociedad en el camino de la tolerancia y la inclusión. En la misma línea, debe comprometerse con la promoción hacia la mujer, lo que empieza cambiando la actitud eclesial hacia ella.

Urge también una liturgia viva, que se adecúe mejor a cada lugar y cada grupo, sin constreñirse por un exceso de parámetros rígidos en el rito; una liturgia que busque la participación entusiasta y festiva, pero también crítica y reflexiva de la gente, una liturgia que fomente un clima alegre, vivencial y comprometido, tomando con naturalidad elementos “del mundo” (como textos y cantos) pues con todo se puede alabar al Señor.

Para todo esto, nos parece muy necesario implementar y potenciar una comunicación bidireccional con los bautizados y con el mundo; una comunicación fácilmente accesible, recurriendo a las redes sociales y medios a nuestro alcance. Pero ello requiere también de párrocos y de una jerarquía más receptivos del sentir y la opinión de los bautizados, más dispuestos al diálogo y no sólo a dar las orientaciones.

Otra cosa que se haría necesaria es una adecuada formación inicial –pero además pensar formas para una formación permanente– para los sacerdotes, de manera que puedan ser más cercanos, más horizontales y abiertos a trabajar en equipo, menos rigoristas, más sensibles al sufrimiento concreto, más preocupados por lo esencial. Sería interesante buscar la posibilidad de intercambiar y compartir “buenas prácticas”, fomentando el intercambio entre párrocos y equipos parroquiales.

Algo más que vemos es la urgente necesidad de promover espacios de reunión, de reflexión y de formación para niños y adolescentes (más allá de la primera comunión y la confirmación). Pero ojo: si bien la necesidad espiritual es innata, la Iglesia no se ha estado preocupando por adecuarse a las características y necesidades de los nuevos jóvenes, que cada vez se alejan más.

Sabemos que esto último está más allá de los alcances de la arquidiócesis de Lima, pero igual lo compartimos: hay una fuerte inquietud entre nosotros a favor del voto de castidad optativo para los diocesanos y del sacerdocio femenino para poder responder mejor a las necesidades de acompañamiento del pueblo. A lo mejor sí sea un poco más viable la ordenación de “viti probati”.

¿Cuáles son las periferias que, como Iglesia de Lima, deberíamos atender?

Evidentemente, lo primero que nos preguntamos es quiénes están sufriendo y, no obstante, han sido dejados de lado.

Creemos que, pese al discurso oficial, la primera marginada en la práctica es la familia. No reconocemos espacios claros para las familias dentro de la Iglesia. Ello incluye a todos los tipos de familia, también a las madres solteras, a los divorciados vueltos a casar y a los LGBT. Consideramos que es necesario un acompañamiento mucho mejor pensado y sistemático de la Iglesia a las familias: a las parejas que se van a casar, pero sobre todo a las que ya se casaron; a los padres y madres respecto de las diferentes etapas de los hijos e hijas, desde que son concebidos hasta que dejan el nido; a las familias con personas mayores o enfermos. Las eucaristías de parroquia, por otro lado, no suelen ser espacios que permitan una dinámica familiar efectiva y vivencial (considerando infantes, niños, jóvenes, adultos y adultos mayores).

Por otro lado, las minorías sexuales (homosexuales, lesbianas, transexuales, etc.) son una periferia muy dejada de lado por la Iglesia y en la que pesa una permanente sensación de rechazo y de juicio. Urge pensar una pastoral respetuosa y acogedora para con estos grupos, entre los cuales hay muchísimos creyentes.

En esta actual coyuntura, no se puede dejar de mencionar a los migrantes venezolanos, quienes a menudo son víctimas de prejuicio y discriminación; pero también a nuestros propios migrantes del interior, frecuentemente ignorados o despreciados.

También sentimos una insuficiente atención hacia las personas con problemas de alcoholismo y drogadicción, así como a los reclusos. Aunque hay religiosos y laicos dedicados a ellos, no son tantos como se necesitan ni han sido suficientemente visibilizados.

Finalmente, consideramos aquí también como periferia a los jóvenes, en la medida que no hemos sabido adaptarnos y responder a sus características y necesidades actuales.

¿Qué formas debe tomar nuestra iglesia misionera en Lima para ser signo de esperanza?

Toda forma que tomemos debe manifestar, de manera coherente, amor y humanidad. Para ello, tenemos que empezar por ser una iglesia más inclusiva y acogedora con todos, en especial con las comunidades de divorciados, homosexuales y con todas las periferias antes mencionadas.

La Iglesia de Lima debería mostrarse claramente como una Iglesia horizontal: sacerdotes y religiosos/as trabajando, de igual a igual, con los laicos. Todos deberíamos apuntar hacia una misma visión de Iglesia, compartir espacios de reflexión y de acción, vernos como iguales, bautizados con diferentes estilos de vida pero una misma dignidad, pudiendo así trabajar proyectos en común. Ayudaría organizar encuentros y mesas redondas para discutir e intercambiar puntos de vista, para discernir respuestas a los problemas, recogiendo el sentir de los agentes pastorales antes de dar orientaciones desde la jerarquía.

Sin duda que resulta fundamental también que la Iglesia asuma sus errores de manera formal y pública, pidiendo perdón con absoluta y ejemplar humildad. Ello sobre todo en el caso de sacerdotes pederastas, tomando las acciones necesarias para que estos hechos no ocurran y sobre todo no sean ocultados por la iglesia, pero también para que quienes tengan culpa sean juzgados por el fuero civil. 

Por otro lado, como ya hemos mencionado, la liturgia debe ser más viva y dinámica, más encarnada en las características socioculturales de cada lugar, más alegre y participativa, con homilías claramente enraizadas en el Evangelio y a la vez conectadas con la realidad del lugar, promoviendo la capacidad de reflexión y de compromiso concreto de los bautizados.

Es necesario también tomar un papel más activo en los urgentes asuntos temporales y comunitarios. No podemos ser una Iglesia complaciente con lo que sucede ni de espaldas a la realidad; estamos llamados a ser críticos, luz, faro, con noción de temporalidad. Por ello, la Iglesia debe tomar un papel más activo en temas como el calentamiento global, promoviendo más iniciativas al respecto, en especial en el día a día (instar la desaparición del uso de descartables e incluso del agua embotellada en parroquias, jornadas y retiros sería un gran comienzo). Lo mismo con temas como la violencia familiar, la seguridad ciudadana, etc.

Para ser signo de esperanza, ayudaría mucho aplicar el marketing de una manera eclesial para acercar la Iglesia a las personas; para compartir sucesos y noticias, necesidades y llamados a la solidaridad; para conocernos mutuamente. El uso inteligente y planificado de las redes sociales resulta aquí fundamental.

Finalmente, mostrar la cercanía de la Iglesia con los pobres. Más allá del discurso, ello implica escuchar sus necesidades y empoderarlos; dejar de lado el boato y la ostentación para compartir la mesa con ellos; reaccionar inmediatamente antes las necesidades urgentes relacionadas a la supervivencia, a la salud, a la injusticia, a los derechos humanos, a la vida, porque no hay nada más precioso a los ojos de Dios que la vida de los pobres.

 

Sentimos estar viviendo tiempos de gracia, tanto en la Iglesia Universal como en la peruana, tiempos en que sentimos al Espíritu soplar e inspirar. Agradecemos al Señor por ello y nos ponemos a disposición tuya, Monseñor Carlos, para hacer lo que nos toque.

Junio de 2019.

Comunidad ss.cc. Héctor de Cárdenas